Con parsimonia miro rotas veredas.
La calma enmudece los sonidos de la tarde,
pienso unos versos con imágenes difusas.
El sol tortura mi paciencia.
Olor a humedad, levedad de siesta,
aroma de brisa, fresca y renovadora.
El poema fluye,
trama su epicentro
en el resplandor de las baldosas.
Gritos de chicos tras los patios.
Resplandor cortante
que dibuja un espectro diáfano.
El gorrión aparece; criatura inocente,
adornado con plumaje ordinario.
Ella sonríe
en el instante exacto
para acariciar el cálido momento.
Maximiliano Reimondi